L’ indult del rei

Francisco J. Gordo.
Alternativa Republicana.
Recientemente hemos vivido algo nunca visto. De nuevo, hemos sido invitados a otro capítulo de este circo político para acabar guerreando entre nosotros por cuestiones que no trascienden a si podremos comer hoy, o no (que es lo que de verdad nos debería unir, todo lo demás son luchas ajenas de quienes mueven nuestros hilos como marionetas que somos).
Cada vez es más agotador que la entrada a este circo sea obligatoria y trascienda de ser una noticia más, a ser un tema que se deba tratar en todas las conversaciones de manera imperiosa. He ahí su victoria, el hecho de que nos trascienda en nuestro día a día; alejándonos de nuestra verdadera lucha por el trabajo diario.
El gobierno central, en una jugada malabarística de ajedrez, ha pasado de apoyar al anterior gobierno para poder encerrar a los líderes políticos catalanes (porque así lo dice nuestra “inmutable” constitución), a ser ahora el adalid del perdón y la magnificencia. Si realmente no eran presos políticos, ¿por qué sacarles de prisión? Los propios catalanes les querrían encerrados en caso de que fuesen malversadores. Pero sacándoles de la cárcel, el gobierno central ha demostrado que les ven como auténticos presos políticos (y por eso les sacan). Dando a entender a la población, que les juzgaron de manera ejemplarizante para que el resto de políticos no se atreviera a hacer nada parecido. Eso es lo que se da a entender fuera y dentro de España.
Con este revuelo institucional, le ha salpicado hasta al monarca. Para unos era “el árbitro apolítico garante de la unidad de España y el orden constitucional”, y para otros era “un simple heredero del régimen franquista al que pintaron la fachada pero todo seguía igual bajo la apariencia de una democracia a la que nunca se le dieron opciones a ideas que no fuesen las suyas”.

Después de firmar los indultos, sólo una de las percepciones es ahora cuestionable. ¿Podría haberse negado a firmar los indultos? Hay quien mantiene que según la constitución está obligado a firmar todo lo que le pongan delante, lo cual también es cierto. Pero no estamos hablando de la infanta Cristina con Urdangarín, la figura del rey goza de total inviolabilidad e impunidad según la propia constitución. Nadie es consciente hasta qué punto puede llegar esa impunidad hasta que él mismo le corte un brazo al primero que pase y el responsable de tal salvajada fuese el parlamento (nosotros), según el art. 64.2 de la Constitución del 78. Así que con su firma, firmó su propia sentencia de cara a la ciudadanía y cómo ésta le ve.
Las piezas de que sean presos políticos encajan (la última pieza del puzle era indultarles, era la pieza clave), aunque también ha coincidido que tenemos un gobierno indeciso e incoherente. En la política, prefiero alguien que tenga ideas distintas a las mías y sepa defenderlas (simplemente votaré a alguien más afín), antes que a un político que te haga pensar que sus ideas son las tuyas y luego notes un puñal en la espalda (otro de tantos).
Hemos normalizado el hecho de que los políticos tienen que engañarnos o que se es buen político si juegas con la gente. Somos una sociedad tremendamente tóxica. Debemos darnos cuenta de lo que no es sano para poder mejorarlo. Aunque de nada sirve querer mejorarlo unilateralmente, si la otra parte (los políticos), no quieren alejarse de sus malas conductas.
El progreso común sólo se consigue si ambas partes del conflicto se reconocen en su error (el que sea) y buscan soluciones conjuntas. Ser resolutivo debe ser vocacional y bipartito, ya que no pretender ninguna solución sólo es síntoma de que realmente no se pretende avanzar en común.
El “procés” no es nuevo, llevan décadas intentando en cada una de sus legislaturas apuntar hacia otro lado. Hacia su independencia. Por no hablar de sus intentos pasados desde hace siglos. No es una idea encarcelable. Todo lo contrario, cuanto más se retenga una idea, más se aviva.
¿Podemos posicionarnos en este conflicto? En términos absolutos, podemos opinar de cualquier cuestión bajo nuestro prisma particular. Sin embargo, yo no me puedo considerar independentista de una tierra que no es mía. Sólo puedo pretender independizar aquello donde me halle y tenga herramientas para hacerlo. Desde la meseta o el levante, no tiene sentido que frenemos o alentemos a un problema político que no nos concierne. De la misma forma que no votamos si el edificio de al lado va a poner un ascensor o no. El que nos hagan partícipes sólo es para instrumentalizarnos y crear confrontación en un problema que debió solucionarse entre los representantes de los territorios afectados (que para eso se les paga).
Se nos ha hinchado el pecho de orgullo, y ya no hay quién nos baje de ahí.
Pecamos de verlo como una afrenta gravísima a un estado soberano, sin darnos cuenta que desde la postura catalana, es justo igual pero al revés.
Estudiando la historia de Francia (no sólo la historia de España), podríamos ver que en la época carolingia, Carlomagno conquistó más allá de los Pirineos (hasta la desembocadura del Ebro en el año 812); aportando una cultura e identidad distinta al del resto de la península (que estaba en una dicotomía católico-musulmana) hasta el Tratado de Corbeil en 1258. No son pocos años los que ha tenido un enorme impulso cultural y social por parte de la cultura franca. Carlomagno impulsó enormemente los territorios conquistados, sentando las bases del futuro de los pueblos europeos. Lo cual me hace ver comprensible unas históricas inquietudes a nivel personal, lejos de los argumentos que puedan proponer los catalanes, los cuales no tienen por qué plantear los míos sino lo que sientan ellos mismos en este momento de la historia.
Pero, de nuevo, lo vemos como si un hijo se quisiera independizar de un padre, y he ahí el error. El verlo supeditado bajo el yugo de algo más magnánime. Como si hubiese ciudadanos catalanes de segunda y españoles de primera. Si, bajo el prisma unionista, los catalanes son españoles también, deberían poder sentarse a hablar de español a español los términos del divorcio con la nación. Es decir, plantearlo de igual a igual, entre los representantes de ambas partes del conflicto, que para eso les pagamos (representantes de Teruel o de Soria, me sobran ahí).
Es decir, la solución al conflicto pasa por vernos y reconocernos como iguales. Como si fuese una relación de pareja. No tanto ese ya citado padre e hijo.
Si Catalunya pretende realizar una consulta en la calle, a España le puede hacer daño que vaya “tonteando” con otros términos que no encuentra en su constitución, pero por el sentimiento de pertenencia que se ha creado. Llegado el momento de la verdad (el 1 de Octubre del 2017), España debió confiar en la sociedad catalana sin dar mayor importancia a la consulta. Ya que si ésta quiere irse, antes o después lo va a hacer. Pero no es solución el intentar amarrar a alguien bajo esa excusa de unidad. Si tras esa confianza de cara a la consulta, siguiesen adelante con la independencia, pues significa que no había que haber insistido por parte de España; ya que no se puede sujetar lo que no quiere ser sujetado.
No es tan sencillo el conflicto, ya que media una democracia representativa de millones de personas. Pero lo que está claro es que el diálogo no hay que dejárselo nunca a las porras y a la violencia. Ya que ahí se está sentenciando la relación para siempre.
Ahora ya hay familias enteras, miles de personas, con algún familiar aporreado, agredido, mutilado o encarcelado por culpa de dos representantes que no se han sentado a poner sus problemas sobre la mesa y llegar a una solución conjunta o a una separación amistosa. Porque cuando la relación entre los pueblos se plantean como si fuesen lentejas (“es lo que hay te guste o no”), al final se rompe.
Las normas y leyes no son más que acuerdos que nos damos los unos a los otros en función de nuestras necesidades recíprocas. Para ello esas necesidades han de entenderse recíprocas y simbióticas (si una de las partes se siente por debajo, ya no funciona). Están al servicio de cambio para quien quiera entender que no podemos regirnos por las normas de antaño en un presente distinto.
Ahora que el daño está hecho, viene el gobierno más progresista de la historia y les indulta. Da igual la causa del encarcelamiento, ya están fuera. No como los más de 3.000 presos que han dado la cara literalmente por las ideas que han inculcado sus representantes catalanes. Para ellos no hay indultos. Es por ello que no es coherente el gesto del gobierno central. Si quisiera hacerlo por la concordia de los pueblos, habría llevado a cabo una amnistía para todos los encarcelados por las causas independentistas. Pero no, sólo ha indultado a los que pueden caber en su foto. Se le vio pues el plumero antes de sacarlo a relucir. El motivo real de los indultos sólo lo saben en Moncloa.
Entre unos y otros, están propiciando el caldo de cultivo para que el problema trascienda a nuestros hogares, por no saber ellos tratarlo como corresponde. O quizás sea sólo una cortina de humo para no ver lo que ocurre realmente en otros temas que nada tengan que ver.
Los representantes catalanes tienen el condicionante de no llevar a cabo los mismos actos, lo cual es absurdo ya que han dejado de ostentar tales cargos. Por lo que es sólo un guiño a sus votantes más fanáticos que aplauden y se comen lo que les echen, aunque sean “lentejas”.
Quién no quisiera una península hermanada y fraterna. Solidaria y colaborativa. Pero para quedarse juntos, deben ambos despojarse de lo tóxico y aportar soluciones. Hay que desencallar la situación.
Quién no quisiera una península hermanada y fraterna. Solidaria y colaborativa. Pero para quedarse juntos, deben ambos despojarse de lo tóxico y aportar soluciones. Hay que desencallar la situación. Pero eso no debería ser en un parlamento donde se amedrente aritméticamente a una de las partes, para llevarle a la más absoluta incomprensión; sino de manera bilateral, con dos partes implicadas y dos partes llevadas a entenderse para bien o para mal. Bajo la premisa: “Quien a otro quiere juzgar, por sí debe comenzar”.
Piense cada uno lo que considere, debemos estar abiertos al resto de ideas, sin fundamentalismos ni ideas preconcebidas. Ese sería el principio de tolerancia que una. Al final, si Catalunya plantea un problema, es porque alguno habrá (“el que no tiene hambre, no habla de comida”). Que es lo que hay que solucionar. Como dice un proverbio castellano:
“Todos obedecen con gusto cuando el que manda es justo”.